En 1980 no había pizarras digitales ni los niños tenían mini portátiles para hacer los deberes en casa y conectarse a la red. Los escolares de aquellos años (entre ellos la que suscribe) utilizaban cuadernos y cuartillas y si surgía una duda no existía Wikipedia. Había que acudir a la enciclopedia de la estantería que muchos padres habían comprado a plazos para consultar (en el tomo correspondiente) la duda del día.
Cuando llegaban al colegio, los niños usaban las tizas y lo normal era que a uno lo sacaran a la pizarra que, entonces, estaba en muchos colegios sobre una tarima, elevada sobre la clase.
También había crucifijos en todas las escuelas y ello no era motivo de traumas ni provocaba protestas de ningún tipo. Había, eso sí, muchos más niños por aulas y no se hablaba de la ratio. A veces eran 45 en una misma clase. Sin embargo, ello no era ningún obstáculo para que la disciplina fuera la tónica dominante. Al que se movía, lo echaban de clase. La violencia apenas existía y lo que decía el profesor o la profesora iba a misa. Y sin rechistar.
Tampoco hacía falta empadronarse en casa de los abuelos ni que ningún matrimonio fingiera haberse divorciado para obtener plaza en colegio.Lo único necesario era pedirlo. Claro que entonces no existían los colegios concertados.
Estaban los públicos y los privados, en los que había que pagar y que, por tanto, estaban reservados para una minoría aunque el precio no era tan elevado como ahora ya que hoy día es difícil que una plaza en un centro privado cueste menos de 600 euros al mes (sin extras como el comedor o el autobús escolar). Era normal colegios de niños y colegios de niñas. Hoy son una minoría los que segregan por sexo.
En 1983 (el primer año que Andalucía gestionó la educación) había 3.000 colegios públicos y 1.186 concertados. Hoy hay 4.344 públicos y 1.713 concertados. Los alumnos eran 1.613.666; hoy son 1.740.027.
Claro que las nuevas tecnologías no habían llegado a las aulas. Lo de los TIC sonaba a trastorno nervioso y la máxima tecnología era la calculadora que algunos (sobre todos los de letras) usábamos a escondidas para hacer las cuentas. Este curso los niños de 5º y 6º de Primaria han recibido un portátil y las pizarras digitales empiezan a verse en los colegios.
Tampoco se permitía una falta de ortografía. Una b donde debía ir una v era sinónimo de suspenso en selectividad. Ya eran muchos los que accedían a la universidad pero no tantos. Según el IEA, el curso 1979-80 se matricularon en las facultades andaluzas 74.120 estudiantes. El curso pasado (2008-2009) lo hicieron el triple: 225.067. Además en aquella época aunque había mujeres, eran minoría. Había 28.006 universitarias frente a 46.114 universitarios. Hoy esas cifras han cambiado por completo y son más las mujeres que los hombres que van a la universidad: el curso pasado eran 124.975 y ellos 100.092. Además, lo corroboran todos los estudios, ellas sacan mejor resultado.
Pero también es verdad que no existían las notas de corte para entrar en las facultades. Si acaso empezaban los números clases en Medicina. En el resto bastaba con un 5, mientras hoy rara es la Facultad que no pide nota. Claro que en estos años la educación en Andalucía ha sufrido numerosos cambios legislativos. El más importante fue la transferencia: Andalucía recibió las competencias de las políticas educativas en diciembre de 1982. Y el sistema también cambió: se arrinconó el antiguo EGB, BUP y COU y se pasó al todavía vigente: Primaria, ESO y Bachillerato. Ese cambio se llamó LOGSE y fue aprobado en 1990 y modificó un plan de los 70.
Luego se aprobó la LOE en 2006 y en Andalucía más recientemente la LEA. Esos cambios legislativos no han logrado que los índices de fracaso escolar (con una tasa de abandono temprano del 30%) se reduzcan aunque haya centros bilingües y tampoco, por muchos planes iniciados, se ha reducido una violencia en las aulas preocupante.
Sin embargo, cuando se pregunta a la consejera de Educación, Mar Moreno, por estos treinta años, prefiere obviar la autocrítica y asegura que un enfoque estadístico «podría llevarnos a una conclusión injusta pues tenemos muchos indicadores que mejorar». Prefiere, según matiza, un enfoque dinámico y afirmar que es «muy meritorio estar donde estamos viniendo de donde venimos». Y eso le sirve a la consejera de Educación para proclamara que «la verdadera deuda histórica con Andalucía ha sido el abandono secular de la educación». Y, según recalca, «la hemos saldado con creces».
Además, la titular de Educación también prefiere quedarse con el dato positivo y dice que las primeras generaciones de «andaluces con verdaderas oportunidades educativas nacieron en los años 90». «Hemos universalizado el acceso a la educación, y eso es un gran logro social. Ahora nos toca universalizar el éxito y no es una meta más difícil que la que ya hemos alcanzado», recalca la consejera.
La única autocrítica que se permite es que hay un alto porcentaje de jóvenes que abandonan prematuramente los estudios sin una mínima cualificación profesional. Está claro que, al final, poco o nada se parecen los colegios de hoy a aquellas aulas en las que el maestro llevaba la batuta sin que ningún alumno (ni ningún padre) se lo discutiera.